martes, 22 de diciembre de 2009

Una sobreviviente relató el horror que vivió en el CCD Club Atlético

Hacía tres meses que Delia Barrera y Ferrando (22) y Hugo Alberto Scutari (25), ambos militantes de la JUP, se habían mudado juntos. Cinco años de novios y un proyecto de vida en común se truncarían de golpe el 5 de agosto de 1977.
Ese día Hugo fue secuestrado cerca de la estación Primera Junta, en el barrio porteño de Caballito, y horas más tarde se llevaron a Delia. Hugo, quien se desempeñaba como empleado bancario (era también delegado de base) y estudiaba Derecho, sigue desaparecido. Delia, por su parte, sobrevivió al terrorismo de Estado y ayer declaró ante el TOF N° 2, encargado de juzgar los crímenes cometidos en el circuito ABO.
“En la puerta de mi edificio me vendaron los ojos, me esposaron, me pusieron un cuchillo en el cuello y me tiraron adentro de una ambulancia. Ahí, contra el piso, me bajaron los pantalones y me metieron un dedo en la vagina. ‘Estoy buscando la pastilla de cianuro’, me dijo uno de estos torturadores, mientras me apuntaba con un revólver en la cabeza”.
A poco de arrancar, a Delia le preguntaron si conocía el tango “Caminito”. “Sí, lo conozco”, respondió ella, y acto seguido los secuestradores comenzaron a cantarlo y la obligaron a ella a hacer lo mismo. Desde entonces, Delia siente asco cada vez que escucha ese tango.
Después de un viaje de unos tres cuartos de hora, la bajaron del vehículo, la ingresaron al centro clandestino de detención Club Atlético, le quitaron el sueldo (que había cobrado ese día) y lo poco de valor que tenía encima. A partir de allí, dejó de ser Delia y pasó a ser “H-26”, tal el nombre que le asignaron en el campo.
La arrojaron en una sala oscura, sola, desnuda y engrillada. “Quedate tranquila que estoy acá”, alcanza a oír Delia. La voz de Hugo, capturado horas antes que ella, efectivamente la calma, pero dura poco, al rato los sacan al pasillo y los conducen a “la leonera”, donde son picaneados y golpeados. El represor Juan Carlos Falcón, alias Kung Fu, reprochó a sus subordinados por no golpear demasiado fuerte a los detenidos. “Yo les voy a demostrar cómo se pega”, dijo.
En “el quirófano”, además de Kung Fu, estaba Eufemio Jorge Uballes (“Führer”), quien, haciendo gala de su apodo, hacía gritar a los supliciados “Heil Hitler”. También estaba “Doctor K”, Eduardo Emilio Kalinec. “Boluda, tenés las costillas fisuradas pero no te podemos vendar porque te podés ahorcar con las vendas”, le dijo a Delia luego de una brutal tortura.
Kalinec presenció el testimonio de Delia en la sala de audiencias, pese a que ésta hubiera preferido no sentir la mirada de ex policía federal. Con valentía, Delia recordó con detalles el horror que padeció adentro del Club Atlético. La acompañó una foto de Hugo, que colocó sobre una maqueta del centro clandestino, y los cientos de familiares y militantes por los derechos humanos que llenaron la sala y la aplaudieron entre lágrimas. Una mujer, en la bandeja superior, no aplaudió. Era una hija de Kalinec, de unos treinta y cinco años, quien seguramente aún no puede creer las cosas de las que fue capaz su padre.

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